viernes, 13 de enero de 2012

La venganza de Tales

            Tales fue el primer filósofo que conoce la historia, y su nombre encabezaba la lista de los Siete Sabios de Grecia. Este sophos, como se les llamaba entonces, fue el maestro de grandes luminarias como Pitágoras, Anaxímenes, Solón y Anaximandro. Eximio matemático (todavía hoy estudiamos sus teoremas), descolló en geometría y astronomía. Su fama se hizo insuperable al predecir un eclipse solar, dejando sumidos en la más honda perplejidad a sus coetáneos ante tamaño prodigio. Sin embargo, ninguno de esos méritos lo preservaron de la burla ramplona y soez de pedestres desarrapados que, en su grosera ignorancia no sabían (o quizás no querían) reconocer la grandeza del hombre que vivía junto a ellos.
         Una noche, como tantas, Tales salió al campo a caminar, mirando las estrellas intentando escudriñar sus más íntimos secretos. Lo acompañaba una sirvienta suya, vieja ladina y de menguado intelecto, que iba cargando los enseres del astrónomo. Ensimismado en sus cálculos, absorto en la negra bóveda de centellantes puntos lumínicos, Tales no vio un pozo que se encontraba en su camino y cayó en él. Ante los quejidos del sabio, la vieja replicó con sorna ¨¿Cómo pretendes, Tales, saber acerca de los cielos, cuando no ves lo que está debajo de tus pies?¨
            La anécdota cundió y Esopo la inmortalizó en sus fábulas; pero lejos de amedrentarse, Tales urdió un astuto desagravio. Al sabio se le reprochaba por no ocuparse de asuntos más humanos, materiales, terrestres, y por dirigir la atención de modo privilegiado hacia cuestiones elevadas, trascendentales, celestes. Se le enrostraba que su sabiduría (toda la que un hombre de su tiempo podía aspirar) no le había servido para sacarlo de su pobreza ni para prevenirlo de los terrenales accidentes.
En un especialmente crudo invierno milesio, Tales arrendó, con sus pocas y últimas monedas, todas las prensas de Mileto y Quíos que se utilizaban para extraer el aceite de las aceitunas, el cual constituía uno de los pilares económicos del comercio en la zona. Una vez más, el sabio fue blanco de chanzas por su excéntrica jugada financiera, que parecía un nuevo tropiezo del alígero astrónomo; pero los jocosos motejadores no habían considerado una sagaz predicción hecha por Tales. Gracias a su ciencia, el primero de los sabios había anticipado una cosecha inusual de aceitunas, lo cual efectivamente acaeció. Nadie hubiese podido prever lo cuantiosa que fue ese año la cosecha, ya que ninguno como Tales poseía los conocimientos necesarios para ello. Al ser el único oferente (por la forma en que se anticipó durante el invierno), alquiló la totalidad de las prensas a un precio ínfimo; y al monopolizarlas, todos debieron subarrendárselas a él, al precio que a Tales se le viniese en gana.
De un solo golpe, Tales acuñó una fortuna sideral, como nunca antes nadie lo había hecho. Demostró que si quería, podía enriquecerse como ninguno; pero sus intereses eran otros. Menos mundanos, se diría.   
 
 

5 comentarios:

  1. Estimado Mariano,
    Me es grato felicitarte por haberte decidido a proponer este espacio y compartir tus conocimientos de Filosofìa . Tambièn porque las narraciones son verdaderamente excelentes. Al acierto en la selección propuesta se le suman sintaxis y redacciòn tan exquisitas como agradables para el lector, permitiendo asì una fácil interpretaciòn para quienes nos sabemos neófitos en cuestiones de ìndole Filosòfica. Sin embargo nada de eso me sorprende, pues soy un conocedor de tus cualidades, y de la pasión que pones en tus argumentos. Sencillamente Felicitaciones y sigue asì muchacho!!

    respecto de la Venganza de Tales
    Es el buen ejemplo al que se recurre para sostener que el filósofo se preocupa más por la filosofía y por la naturaleza en general que de lo inmediato y terrenal. Sin embargo la pregunta que me hago es si a Tales = el primer sabio= , ¿ le ha motivado urdir la osada operación financiera, nada mas que la inmejorable oportunidad para advertir a sus coetáneos sobre lo trascendental de sus preocupaciones?
    En principio se podría suponer que sì, y vale, pero , ¿ podríamos suponer tambièn ( a instancias de este hecho) a un Tales de interés tan terrenal como inmediato y que = por herido en su ego = supedita lo trascendental y sucumbe ante la mundana soberbia de demostrar en lo inmediato su brillantez?
    Si la anécdota de Diogenes hubiese relatado que tras las palabras de la vieja, el sabio se llamò a silencio y a indiferencia en acción, pues tal vez hasta tendría yo la confirmación de un Tales que, ya en su momento se sabìa verdaderamente trascendental.
    Obviamente, nada de lo anterior puede ni intenta quitar enjundia a la obra del Sabio griego, solo que me pregunto que tan convencido de su obrar puede estar el filosofo, sintiéndose a contrapelo en su sociedad, y què tanto lo agobian sus cuestiones mundanas.


    maximo barros

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  2. Amigo, ante todo, muchas gracias por tan inmerecidas como agradables palabras; éstas sólo pueden provenir de alguien tan cercano a mis afectos como vos, que puede por eso disculpar las groseras improlijidades de estos sosos balbuceos.
    La pregunta que agudamente planteas, es un tópico que se discute en la filosofía desde sus mismísimos inicios, tal como lo refleja la historia de Tales. “¿Qué tan convencido de su obrar puede estar el filosofo, sintiéndose a contrapelo en su sociedad, y qué tanto lo agobian sus cuestiones mundanas?” He ahí la cuestión.
    La anécdota de Tales es un episodio, si se quiere, hasta caricaturesco, que data de la misma época del hecho que se le endilga a Pherécides no sin socarrona ironía (de este último se decía que murió, absorto en la lectura de sus libros, al dejarse comer por los piojos). Pero hubo otros hechos no tan inocuos en la historia, que se cobraron muchas vidas de verdaderos mártires de la Filosofía. Citaré solamente algunos que recuerdo en este momento.
    Sócrates, el primero, condenado a beber la cicuta por enseñar filosofía en las calles, casi como un mendigo, a diferencia de los sofistas que comerciaban con su saber. En ocasiones pasaba tres o cuatro días fuera de su casa, ensimismado en sus cavilaciones, o entretenido en sus diálogos, mientras su mujer e hijos sufrían una pobreza indecible en ausencia de su padre. Al momento de morir, le encomendó a su amigo Critón que ofreciese a su nombre “un gallo a Esculapio”, pues ni dinero para saldar esa deuda tenía.
    Arquímedes, no solamente salió de su bañera corriendo desnudo por toda la ciudad gritando “¡Eureka!” al resolver un problema que lo tenía ocupado, sino que su muerte fue así: Estaba tan absorto en el estudio de sus figuras geométricas, que ni siquiera se enteró cuando las legiones romanas de Claudio Marcelo tomaron por asalto la ciudad de Siracusa. Un soldado romano irrumpió en su patio, pisoteando los dibujos que el filósofo trazaba en el suelo, y le clavó, sin piedad, su espada. Mientras el hierro artero lo atravesaba, Arquímedes gritó “¡No pises mis círculos!”
    Boecio, condenado injustamente a muerte, debido a intrigas palaciegas, aprovechó el poco tiempo que tenía en su celda para escribir un tratado filosófico, “La consolación de la Filosofía”, que terminó minutos antes de ser ajusticiado.
    Giordano Bruno, quemado en la hoguera de la Inquisición por decir que el sol era una estrella. Tomás Moro, decapitado por orden de Enrique VIII, por sus ideas religiosas. Séneca, obligado a cortarse las venas por Nerón, de quien era maestro, y a quien le disgustaban las reprimendas del filósofo. Zenón, machacado en un mortero encontró la muerte por argumentar contra el tirano Nearco. Descartes murió de neumonía, (dicen algunos) por enseñarle filosofía a la reina Cristina de Suecia durante fríos paseos matinales (Otros dicen que murió envenenado con arsénico). Antonio Gramsci, escribió su filosofía mientras tuvo fuerzas, hasta antes de su muerte acaecida en la cárcel en la que fue recluido por Mussolini, acusado de atentar contra Il Duce. Y así, la lista parece interminable.

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  3. Para no ser pesado, te invito a ver los primeros 10 minutos de la película “Los crímenes de Oxford”, en la que, en geniales escenas, se muestra a Ludwig Wittgenstein mientras escribe su “Tractatus Lógico-Philosóphicus” en medio de la Primera Guerra Mundial mientras las bombas, literalmente, explotan a su alrededor. Él era un austríaco que se vio envuelto en la reyerta mundial, sirviendo como soldado para su país; pero en las trincheras, en medio de explosiones, griteríos, corridas, cuerpos despanzurrados y lodazales de sangre por doquier, él solamente se concentraba en terminar su obra, única que publicó en vida. Hijo de aristócratas, heredó una inmensa fortuna de su familia, que era una de las más ricas de todo el imperio austrohúngaro; pero renunció a las riquezas (adujo que el dinero corrompía a los hombres), y se fue a trabajar como maestro de primaria en una escuelita rural, para enseñar a leer a los niños campesinos. Allí escribió su segunda e inmortal obra, “Investigaciones filosóficas”, que se publicó luego de muerte, ocasionada por el cáncer.
    Tu pregunta da para mucho más, y eso es lo hermoso de la filosofía, ella nunca ofrece verdades acabadas, simplemente nos regala ocasiones para seguir preguntando. ¡Un abrazo!

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  4. Sigo volviendo a este texto. Tú entendiste lo que Tales quiso hacer. Y la magnitud de su historia para muchos hoy. Saludos

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    1. Muchas gracias José por tu comentario, aprecio el tiempo que te tomas en leer el texto y las reflexiones que aportas. Saludos!

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