viernes, 13 de enero de 2012

Bienvenida heraclítea

Hace unos 2.500 años un grupo de viajeros llegó a Éfesos, una pequeña ciudad de la actual Turquía. No se sabe bien cuáles eran las intenciones de su viaje, pero una vez en el lugar no quisieron perderse la oportunidad de conocer a Heráclito. La figura de este hombre había trascendido los límites de su polis natal, y era conocido ya en toda Grecia. Por sus sentencias aforísticas, llenas de misterio e ininteligibles para la mayoría de los hombres, le llamaban “el Oscuro”.
Llegaron los viajeros a la casa de Heráclito, quizás en un día como hoy, por el mes de enero, cuando el frío arrecia en ese lejano hemisferio. Y ahí lo encontraron, buscando el calor de las llamas, en las cercanías de un horno de pan.
Imaginemos la escena: Los viajeros ven a Heráclito y él los ve a ellos. Enseguida el Oscuro adivina el desencanto en el rostro de los visitantes. Ellos, tal vez, esperaban encontrar al hombre sabio, en singular pose, en el momento justo en que concibe una genial idea. Querían ver al pensador con el ceño fruncido, absorto en cavilaciones de insondable profundidad para el común de los mortales. Sin embargo, se encuentran con una escena de mundana cotidianidad. Los negros rulos desprolijos, que se extienden sin solución de continuidad en una tupida barba, contrastan con la blanca y gruesa túnica que cubre al sabio. Él está parado ahí, en su desnuda humanidad, en su frágil existencia, sorprendido in fraganti por las curiosas miradas de los forasteros, que no tardan en trocar de su rostro el asombro por la desilusión.  
Sin embargo, en el preciso instante en que los viajeros dan media vuelta para retirarse, cabizbajos, el fuego que arde en el horno se transfiere en un mágico pase a los ojos penetrantes del pensador efesino. Alentando en su interior la chispa de la genialidad, los ojos de Heráclito se dirigen fulgorosos a los visitantes que se marchan, y el sabio los llama “Pasad, que aquí también habitan los dioses”.
Lo que quiso decir con esa frase se ha discutido desde entonces, y para explicarla ahora necesitaríamos varias páginas. Mas la intención que tengo no es esa, sino la de recordar la ilustre inspiración de un gran filósofo, para darles la bienvenida a todos los que se acerquen a este sitio, pensando que han de encontrar pensamientos con cierta profundidad, y a los que sin embargo sólo puedo asegurarles la desilusión.
A pesar de ello los invito: ¡Acercaos, que aquí también moran los dioses!   

4 comentarios:

  1. Mariano, me sentí muy a gusto leyendo "todas" tus publicaciones. Agradezco que te hayas tomado el trabajo de compartir tus pasiones con nosotros y sabe que además de leer tus escritos, me interesa escucharte.
    Felicitaciones!
    Carola

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  2. Muchas gracias amiga! Es mi deseo que este sea un lugar de encuentro para que todos podamos hablar de lo que nos interesa. Mis aportes los hago con el pretexto de la filosofía, sin mayores pretenciones, y espero que el que quiera sume también lo suyo y lo comparta con los demás, aunque sus intereses no se vinculen con la filosofía en particular. La vida es corta, y los temas que nos movilizan, muchos. La invitación queda hecha. Besos y gracias de nuevo!

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  3. Recuerdo haber leído en algún libro de Alfonso Reyes que la sentencia de Heráclito fue "¡Acercaos, que aquí también cantan las musas!"

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  4. Estimado Angel, gracias por tu intervención y valiso aporte. Es muy posible que las traducciones que se hicieron de los aforismos heraclíteos contengan ciertas variaciones; pues no en vano le llamaban "El Oscuro". Yo me guié de la traducción y estudio que hizo Rodolfo Mondolfo, bajo el título "Heráclito"; y lo hice sin prestar demasiado cuidado a la rigurosidad literal, otorgándome, como el los demás casos, cierta licencia ¿poética?
    De todos modos, tu aporte sobre el canto de las musas me recuerda el episodio de Sócrates en sus horas postreras, dialogando con Critón sobre unos versos que había escrito en prisión, y que los atribuye al consejo de las musas.
    Como sea que fuese, ¡bienvenido seas amigo! al calor del hogar.

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