viernes, 5 de junio de 2015

Docta Ignorantia



      Sabemos de qué están hechas las estrellas lejanas del universo, y a qué designios obedecen sus vientos estelares. Conocemos los secretos más furtivos de las esferas siderales, y podemos mensurar su temperatura, su luminosidad y la vida longeva de cada una. El cielo ha sido escrutado ya por el ojo curioso del hombre, y los lindes a sus regiones fueron demarcados con precisión geométrica. Predecir un eclipse solar es ahora cosa de infantes escolares, y ya no una gesta heroica de algún sabio milesio.
        La naturaleza también ha visto cómo, con tosca mano, se rasgaban sus pudorosos velos. El mundo de Heráclito había estado habitado todo por dioses, pero el nuestro es un mundo desencantado, gris, melancólico. Cual cadáver que reposa en la mesa gélida de la disección, yace la madre tierra abierta y ultrajada, forzada a exhibir sus celadas entrañas al escrutinio profano del adminículo indagador. Habiendo dislocado así al mundo en añicos, por fin hemos dado nombre a las partículas más pequeñas que lo componen, y a las que a ellas forman a su vez. Aprendimos a reconocer y ponderar las fuerzas que unen y separan la materia y la energía, y aprendimos, ¿cómo no?, a conjurar su divino y maléfico poder.  
      Las profundidades del alma, otrora insondables, fueron también desnudadas. Hemos expuesto ante las luces del saber a los invisibles hilos de la motivación; hemos dado nombre a los arcaicos complejos que nos acompañan desde la infancia de la humanidad; y las angustiosas raíces del mal fueron reveladas en las oscuras regiones de los reinos de Psykhé.
      Ya nada queda oculto ni secreto, no hay misterio que espere a ser resuelto; ahora ya, todo lo sabemos… o creemos saber.

     Nietzsche nos recuerda que “Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que son tales”; y que  “En nuestra época quizás existan cinco o seis cerebros que comienzan a sospechar que tal vez la física no sea más que un instrumento para interpretar y amañar el mundo, una adaptación para nosotros mismos, si se nos permite decirlo, y no una explicación del universo”
         Para conciliar de modo formidable el aserto socrático con el pensamiento de El Cusano, Pascal dice: “El conocimiento tiene dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia natural en que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro, aquel a que llegan las almas grandes que, habiendo recorrido todo lo que los hombres pueden saber, encuentran que no saben nada, y se encuentran en esa misma ignorancia de donde partieron; pero es una docta ignorancia que se conoce a sí misma. Aquellos que han salido de la ignorancia natural y no han podido llegar a la otra, tienen cierto barniz de estúpida ciencia suficiente y se hacen los entendidos.”