viernes, 20 de enero de 2012

¡Justicia!, no piedad.


Caminaba Pitágoras por las callejuelas de Samos cuando escuchó llorar un perro. Corrió presuroso al lugar y al encontrar a un hombre apaleando al animal lo exhortó enérgico y suplicante “¡Detente, que en el llanto del perro reconozco la voz de un amigo!”
Hecho similar en Turín: Paseaba Nietzsche por una plaza, cuando vio a un cochero que castigaba con furia a su pobre caballo que, fatigado al extremo con la pesada carga que se lo obligaba a tirar, no atinaba a avanzar ni un paso más. Corrió presto el filósofo hacia el animal y se abrazó a su cuello llorando amargamente. Sin poder contener sus profusas lágrimas, Nietzsche, en nombre de la humanidad, le pedía perdón al corcel por los dislates de Descartes, quien había dicho de los animales que eran unas simples máquinas sin alma. Dicen que la policía tuvo que intervenir para separar al filósofo de ese abrazo fraterno al viejo animal; y que a partir de ese episodio el poeta se hundió en la más trágica locura, hasta el día de su muerte.
Mucho se discute sobre si esa fue la primera manifestación de demencia en Nietzsche o, como yo prefiero pensar, su último acto de cordura. Lo cierto es que Nietzsche, lector acérrimo de Arthr Schopenhauer, sin duda alguna recordó entonces las palabras de ese por quien sentía un afecto sin igual y una admiración sincera. Schopenhauer pugnaba en sus escritos, con ahínco y tesón constantes, por los derechos de los animales, y en el fragmento evocado denunciaba “la atroz perfidia con la que nuestros pueblos cristianos actúan con los animales, cómo los matan, mutilan o atormentan sin finalidad alguna y entre risas, e incluso a aquellos que son su sostén inmediato, sus caballos, cuando se hacen viejos los fatigan al extremo para explotar hasta el final la médula de sus pobres huesos, hasta que sucumben bajo sus latigazos. Verdaderamente, podríamos decir: los hombres son los demonios de la Tierra, y los animales, las almas atormentadas.”
Solía meditar Schopenhauer sobre la malicia del hombre, y con tristeza reflexionaba así: “Si no existieran los perros, no querría vivir en este mundo”. A renglón seguido se explayaba en páginas interminables describiendo los tormentos agónicos y las cruelísimas muertes que se inflige a los animales en aras de la ciencia, la diversión, el deporte, o el simple y repugnante placer de ver sufrir a esas criaturas. Ante tantos y tales ejemplos, concluía el filósofo que no es piedad, sino justicia lo que se debe a los animales. Pues la piedad es una virtud que no todos los hombres están dispuestos a ejercitar, mientras que la justicia se puede exigir, incluso si para ello es necesario el uso de la fuerza legal.
Sin embargo, todavía hoy muchos, en nombre de una Razón que nos distanciaría de los animales, se mofan de quienes propugnan por incluir a los animales en los alcances de la ética y el derecho. Estos, en su pomposa altivez, parecen ignorar la sentencia del pintoresco londinense Jeremy Bentham, quien sobre el tema supo decir: “La cuestión no es: ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar? sino ¿pueden sufrir?”.
Un Schopenhauer de ya encanecidos cabellos, regañaba cariñosamente a su perro Atma por una travesura, diciéndole “Tú no eres un perro, eres un hombre, avergüénzate”. Estaba presente entonces el profesor Schnyder von Wartensee, quien se indignó por tan gratuito oprobio a la raza humana y le espetó al misántropo: “Señor, a alguien que trata de «hombre» a su perro cuando quiere insultarlo, a alguien así podrá decírsele, si queremos honrarlo: «¡Tú, perro!»”. Schopenhauer hizo una pausa para pensar un momento y luego, con una sonrisa en sus ojos, asintió orgulloso.
 

6 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Infame Mariano, me has condenado a leer Schopenhauer hasta la miopía... muchas gracias.

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  2. Gracias de nuevo a vos amigo, por tu piedad hacia un advenedizo de tu mundo; y por haberme hecho cómplice de tus escritos cuando en sombrías circunstancias los leía furtivamente, haciendo así más llevaderos aquellos años de cuartel obscurantista.

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  3. Cuando Dios dijo ''Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo''(Gen 1, 26) se me ocurre pensar (desde mi ignorancia) que en ningun momento Dios estaba autorizando al hombre a abusar de esa autoridad utilizando la crueldad con los animales, sino muy por el contrario, estaba dandole la posibilidad de aprovecharlos en todo sentido, cuidando de ellos, amandolos, respetandolos desde su condicion..Leyendo este texto y conociendo un poco las acciones valorables de personajes historicos tales como Pitagoras, Nietzche, Schopenhauer, quienes de una forma u otra supieron demostrar amor y si se quiere respeto hacia los animales; quisiera comentar sobre actitudes similares como las que tuvo San Francisco de Asis, quien durante su vida habia derrochado tantas virtudes, entre las cuales estaba el desbordante amor y gozo hacia todas las creaturas, sentia por ellas una verdadera fraternidad, una ternura constante...me gustaria que las personas pudieran aprender a ver en las creaturas una irradiacion , un reflejo, una imagen de la belleza y de la bondad divinas, tal como lo hacia el. Por ultimo quisiera decir que me uno, desde mi humilde lugar para la defensa y la justicia por los derechos de los animales, para que no nos sintamos ofendidos cuando nos digan ''tu, perro'', y recordemos la frase popular que dice ''Mientras mas conozco a la gente, mas amo a mi perro'', porque algo de sentido debe tener.

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    1. ¡Qué buen ejemplo el de San Francisco de Asís!, un verdadero santo varón. Francisco merece una entrada especial en las Recopilaciones, en su vida hubo de todo, riquezas y pobreza extrema, luchó en la guerra y sembró la paz, hablaba y predicaba a hombres y animales por igual, incluso al famoso lobo de Gubbio; dicen que realizaba bilocaciones y dicen que fue el primer estigmatizado; dicen que fue el inventor del pesebre, y que por eso es el santo de los veterinarios; de hecho, es hoy el paladín de los grupos ecológicos y de muchos movimientos scout.
      ¡Cuán diferente de aquel otro, homónimo suyo! Ese que maldijo nuestro suelo y se burló de nuestro río; el que gozaba reduciendo a los indios con su violín y su retórica, el que mandó la plaga de langostas para que acabaran la cosecha de los chiriguanos (sólo por ser estos “infieles”, o por salvar la chacra del Capitán Juárez de Inojosa); ese que hizo de Lot en Esteco; aquel que al irse al Tucumán se sacudió las sandalias, pues ni el polvo de Santiago quería llevar; aquel cuya celda mil veces derruida se afanan infructuosamente los programas de turismo en promocionar, y que los santiagueños prefieren condenar, indiferentes, al olvido.
      Otro que merece su entrada es Diógenes, quien se apodó a sí mismo “perro”, y en una de cuyas anécdotas discurre así :
      - Soy Alejandro, el Gran Rey ¿Qué puedo darte? ¿qué quieres de mí?
      - Apártate, que me tapas la luz del sol.
      - ¿Quién eres?
      - Diógenes, el perro.
      - ¿Por qué te llamas perro?
      - Porque halago al que da, ladro a los que no dan, y a los malos los muerdo.
      - Pues yo, de no ser Alejandro, de buena gana quisiera ser Diógenes.

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  4. Qué buena está tu publicación Mariano! Soy muy nueva en esto pero fue un placer incursionar en este nuevo espacio en el q uno se enriquece con cosas que desconoce y que además coinciden o tienen afinidad con tu forma de pensar y con los intereses o causas que uno defiende. FELICITACIONES. CLAUDIA CEJAS

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  5. ¡Muchas gracias Claudita! La lectura es para algunos (cada vez menos) un placer inigualable; para otros (muchos), una tortura sin parangón. Gracias por el tiempo que te tomaste en leer, en una época que parece que ya no deja demasiado espacio para ese vetusto arte. Y doblemente gracias, porque además escribí sobre temas (¿filosóficos?) que como reza el copete del blog, solamente pueden dirigirse a quienes quieren escuchar y se arman de paciencia.
    Por todo eso y muuucho más, valoro enormemente tu presencia aquí. Besos

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