viernes, 2 de marzo de 2012

"La vida es sueño"


El verso del título es de Calderón, pero la idea en sí ya se había gestado en el comienzo de los tiempos en el lejano oriente. En los Upanishads leemos que el sueño es un estado fronterizo entre la vida y la muerte por donde el alma suele vagar. Heráclito había observado que quienes duermen se enfrían un poco, y quienes mueren se enfrían del todo, por lo que estos dos acontecimientos debían estar conectados de alguna forma; y de ahí que en los mitos griegos Hypnos (dios del sueño) y Thánatos (dios de la muerte) fueran concebidos como hermanos gemelos.
Homero reconocía dos clases de sueños, a saber: unos que salen de unas puertas de cuerno, y otros que salen por unas puertas de marfil. Los primeros son proféticos y anuncian, a quienes los sueñan, hechos que sucederán en su futuro próximo. Los últimos son simples imágenes oníricas carentes de mensajes cifrados. Distinguir entre un tipo de sueños y otro era todo un arte entre los antiguos, quienes, como en el caso de los oniromantes Artemidoro de Daldis o José, hijo de Jacob, dedicaban su vida entera a ello.
Es creencia de muchos, sobre todo en oriente, que durante la etapa onírica del sueño el alma realiza algo así como un viaje, durante el cual, sin embargo, el alma no se independiza del todo de su cuerpo, sino que queda atada a él mediante un cordón de oro o plata según las opiniones diversas. Si durante el sueño ese cordón se cortara, el alma del soñador no podría regresar a su cuerpo y este moriría sin remedio. Algunas veces el cuerpo despierta, dicen estos mismos, antes que el alma haya emprendido o finalizado del todo su regreso, y entonces el soñador está despierto pero incapacitado para moverse hasta que su ánima le vuelve al cuerpo y le imprime el natural movimiento.
En sueños, como ya lo sabemos por la cantidad ingente de historias que así lo atestiguan, (ya sea por la cercanía con la muerte o por la liberación del alma que entonces opera) los hombres se comunican con sus dioses. Así le sucedió a José (el padre putativo de Cristo) antes de la matanza de los inocentes; o a Eneas, cuando los manes de Troya le aconsejaron partir hacia la tierra de los latinos para fundar Roma; o como Huitzilopochtli se les apareció a los mexicas en el cerro Chapultepec para que fundaran Tenochtitlán unos pasos más adelante.
Pero también el Diablo hace de las suyas en los sueños, ya sea inspirando geniales piezas de violín, como en el caso de José Tartini; o amedrentando al pobre padre Pío de Pietrelcina; o bien anoticiando a los tres jóvenes del asesinato de su hermana a manos del eremita Barsisa. Es que la vida es sueño, sí, pero a veces es también pesadilla.
“La vida es sueño, morir es despertarse” sentenciaba el hispanófilo Schopenhauer, quien dedicó gran parte de sus pensamientos a desentrañar los insondables misterios de Morfeo. Decía el filósofo que en los sueños satisfacemos los deseos que en el estado de vigilia se nos ven negados; genial intuición, esta de Schopenhauer, que luego sería desarrollada por Freud, aunque de modo demasiado prosaico en comparación con las idílicas líneas del filósofo de Danzig. Lo que sucede es que todo intento científico por adentrarse en las geografías del ensueño es un invasivo agravio a tantos poetas que dedicaron sus mejores horas a cantar sus rimas a los sueños. A modo de repudio contra esos funestos embates de la razón científica, y para conjurar cualquier vinculación psicoanalítica que pudiera vislumbrarse en este escrito, citaremos unos versos loables del poeta persa Omar Khayyam:

“No busques la felicidad: la vida es breve como un suspiro.
Convertidos en polvo, flotan, en el molino que contemplas, Jamshyd y Kaikobad. 
El universo es un espejismo; la vida, un sueño.”

(Cabría preguntarse siguiendo tu escuela, afectísimo Omar, si la vida es sueño, ¿a los que soñamos quién nos sueña? ¿Y quién, a su vez, a ese sueña?)

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