jueves, 2 de enero de 2020

Parrhesía


Si hay un tema ríspido y aparentemente irresoluble en el ámbito de la ética, ese es el de la mentira piadosa. ¿Estamos autorizados a mentir por amor al prójimo? ¿Tenemos derecho a mentir para evitar un mal mayor que nos amenaza? ¿O es la mentira siempre y en sí misma reprochable?

En ningún otro tema se ve Kant tan dubitativo como en esto de la mentira por filantropía. Por un lado, y fundando su aserto en su característico rigorismo ético, condena totalmente la mentira como algo despreciable en sí misma; pero por otro lado, y apelando a cierta reserva pragmática, dice en sus Lecciones de ética que “Si los hombres fuesen buenos, podrían ser sinceros, mas no son así las cosas.” Admitió, por lo tanto, que decir siempre la verdad nos dejaría a merced de quienes quisieran usar en nuestra contra esa sinceridad sin tapujos, y que había al menos un caso en que estaba justificado mentir por necesidad.

Kant formuló varios casos hipotéticos para ilustrar su posición, pero también podríamos tomar el hecho histórico padecido por el filósofo Karl Jaspers, quien en 1937 fue destituido de su cátedra de filosofía por el régimen nacionalsocialista alemán debido a que su esposa era judía. Una semana más tarde Jaspers dictó sus últimas conferencias en la universidad de Heildelberg, pero no hizo alusión alguna al terrorífico régimen. Los motivos de tal silencio los da el mismo Jaspers, “Había que hacerse el ingenuo –dice-, mostrarse ajeno al mundo, mantener una dignidad natural (que amparaba en muchas situaciones), y en caso necesario mentir sin reparos.”

Antes aún que estos dos grandes filósofos, un prácticamente desconocido Torquato Accetto había escrito allá por 1641 un opúsculo titulado Della dissimulazione onesta, en el cual, de manera muy esclarecida, expone que la única disimulación honesta es aquella de la cual el hombre se vale “no con intención de hacer, sino de no padecer daño”. Conjeturo que este podría haber sido el caso relatado en Juan 7:8-10, que tantas álgidas discusiones ha ocasionado. En esos versículos se lee que Jesús, a sabiendas que los judíos lo estaban buscando para matarlo, les dijo a sus allegados que no iría a la Fiesta de los Tabernáculos que tendría lugar en la sagrada ciudad de Jerusalén; pero una vez que ellos se fueron, “subió él también, pero sin decirlo y como en secreto”. Debido a que su vida corría peligro Jesús pudo optar en esta ocasión por una disimulación honesta, que no mentira, ya que su tiempo aún no había llegado.

El padre de la mentira es, como todos sabemos, Satanás, la Serpiente que con sus mentiras enredó a la mujer para que se introdujera el pecado y la muerte en el mundo; y por eso mismo Dios no puede mentir, pues Él es lo opuesto, es la Verdad y la Vida. Otra cosa somos los hombres, quienes luego de pecar debimos cubrir nuestra desnudez, disimularla, siendo desde ese entonces la simulación un mecanismo de supervivencia, como lo comprueba José Ingenieros en su célebre libro La simulación en la lucha por la vida. Y ahí llegamos al meollo del asunto: Ingenieros demuestra que sin el auxilio de la mentira, el hombre no podría sobrevivir, ni como individuo ni como especie. Al mismo tiempo, las Escrituras son claras, una vida sin el coraje de decir la verdad no es una vida que sea digna de vivirse. 
El único Camino para la Vida es la Verdad.

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