sábado, 10 de septiembre de 2016

Ad Hominem



“Si un caballo se tiende en la calle, ¿cuál es el motivo?” Esa fue la pregunta que Hegel le formuló a Schopenhauer que estaba siendo examinado para obtener su venia legendi en la Universidad de Berlín. Corría el año 1820 y Schopenhauer aspiraba a ser admitido en el claustro docente, para lo cual había elegido defender en su Disputatio venia legendi las cuestiones vinculadas a la cuádruple raíz del principio de Razón Suficiente. El tribunal examinador contaba con la presencia del filósofo estrella del momento, Friedrich Hegel. Como alumno universitario Schopenhauer había estudiado la filosofía hegeliana, y no había ahorrado adjetivos descalificadores contra el autor de la Fenomenología del Espíritu, por quien sentía un desprecio visceral.
            Schopenhauer acusaba a Hegel de utilizar a propósito un lenguaje oscuro, para enmascarar un discurso vacío, y fueron tantos los insultos que le destinó que sólo con esas páginas podría escribirse todo un libro. “Bestia”, “maestro del absurdo”, “desvergonzado, vulgar, estúpido, ignorante, repugnante y nauseabundo charlatán”, “filosofastro”, “soplagaitas”, “producto de los despachos ministeriales”, “bufón”, “monstruo forjador de sinsentidos”, son algunos de los epítetos que forman parte, junto a un larguísimo etcétera, de las demostraciones del desdén de Schopenhauer hacia Hegel.
            Cuando Schopenhauer estaba respondiendo la pregunta formulada por Hegel, este último lo interrumpió para efectuar una objeción que fue contestada por Schopenhauer, y se suscitó así una pequeña controversia entre ambos, que culminó cuando otro de los miembros del tribunal examinador intervino para darle la razón a Schopenhauer. El episodio pasó desapercibido para el resto de la humanidad, pero para Schopenhauer significó una victoria magnífica que jamás en toda su vida iría a olvidar.
            Envalentonado por el triunfo frente al “dictador de la cátedra”, Schopenhauer decidió ofrecer su curso los mismos días y en el mismo horario en que Hegel daba sus clases en el aula contigua. Mientras los oyentes de Hegel, llegados desde los cuatro puntos cardinales de la Europa culta, desbordaban el recinto, solo cinco alumnos se inscribieron para el curso de Schopenhauer. Frente a tan rotundo fracaso, Schopenhauer sentenció: “La posteridad es el tribunal de casación de los juicios de los contemporáneos”, y abandonó para siempre la docencia universitaria, no sin antes agregar a su larga lista de enemigos a los “incautos alemanes” de su época.      

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