“Dios ha muerto” es una frase harto
conocida que el filósofo Friedrich Nietzsche supo publicar en su Gaya ciencia de 1882. Con ese aforismo señala la profunda desazón
que experimentaban los hombres a finales del siglo XIX, cuando el secularismo
se erguía victorioso sobre las ruinas dispersas de la otrora inexpugnable cristiandad (la categoría es de
Kierkegaard). Dos años antes, Dostoievski había dejado entrever las nefastas
consecuencias de una posibilidad tal, y a través de las cavilaciones de su personaje
Iván Karamazov, meditaba como sigue: “Si Dios no existiese, todo estaría
permitido”.
Es que hasta
ese momento, toda la moral de occidente y gran parte de oriente se asentaba en la
fe en Dios, cual arquimédico punto inconmovible. La existencia de un Dios bueno,
justo y omnisciente, que premia a los buenos y castiga a los malos en un Más allá de eternidad, era el fundamento
último de la moral. Al quitar esa piedra angular, todo el edificio de la moral
se derrumbaría sin remedio; y esa cuestión desvelaba a los grandes hombres del
pensamiento.
Sin embargo,
antes de que estas figuras púbicas de la cultura expresaran su angustia ante la
posibilidad de una vida humana en ausencia de Dios, me gusta pensar que alguien
se les adelantó unos veinte años; aunque de ello no tenga más pruebas que unas lacónicas
glosas de ciertos periódicos ingleses.
En el Museo
Universitario de Historia Natural de Oxford, el 30 de junio de 1860, más de mil personas de toda clase, científicos, militares, eclesiásticos, burgueses
comerciantes, periodistas, nobles, hombres y mujeres, se dieron cita para
presenciar uno de los debates más candentes que registran los anales de la
ciencia. Allí, apenas a siete meses de aparecido El origen de las especies, se enfrentaban el evolucionista Thomas Henry Huxley, apodado “El Bulldog de
Darwin”, y el obispo anglicano Samuel Wilberforce quien, obviamente, defendería
la postura creacionista.
Wilberforce,
además de Obispo, era el vicepresidente de la Real Sociedad de Londres para el
Avance de la Ciencia Natural, Doctor en Teología por la Universidad de Oxford,
y el más brillante y hasta entonces imbatible orador de esa época. El debate
discurría por los carriles de la argumentación científica, pues ninguno de los contrincantes
era un improvisado, sino todo lo contrario; aunque pronto comenzó a subir la
temperatura de la discusión. Los británicos siempre fueron personas muy
apegadas al empirismo y muy pragmáticos en su proceder; así que a Wilberforce
se le hacía el camino cada vez más cuesta arriba. Envalentonado, con los
platillos del debate inclinados a su favor, y en el momento más álgido del
clímax y la excitación Huxley afirmó elevando la voz todo lo que podía, que lo
más importante en ciencias eran los hechos, “¡Sin importar siquiera si estos
señalaban que el hombre descendía de un
gorila!”. Entonces, haciendo una pausa y frotando sus manos de modo típico, en un
tono inquisitivo que fingía curiosidad, Wilberforce preguntó: “Y usted, mister Huxley, ¿desciende de los monos
por parte de padre o por parte de madre?” En ese preciso instante, Lady
Brewster, que seguía atenta entre el público los lances de la contienda, se
desmayó.
El soponcio
de Lady Brewster fue noticia en los diarios al día siguiente, pero como una
simple apostilla del hecho capital. Sin embargo, me seduce pensar que el patatús
de la joven Brewster esconde algo más que un simple alarde de la rígida moral
victoriana. Quiero creer que el sofoco de esta lady se produjo al ver
cómo, el más eminente Obispo y el más diestro orador, el adalid del
creacionismo, se veía acorralado por el joven Huxley, a tal punto de tener que
atacar de ese modo tan prosaico y tan alejado del erudito discurrir habitual
del Doctor de Oxford. Lady Brewster comprendió, digo yo, en ese mismo momento,
que los cimientos de este mundo (y del otro) comenzaban a socavarse irremisiblemente; y tras el vértigo que le
ocasionaba esa visión, le sobrevino el desmayo.
La historiografía
oficial del pensamiento filosófico demarca un sendero claro entre Dostoievski,
Nietzsche, Kierkegaard, Jaspers, y Sartre; la duda, el nihilismo, la angustia,
el naufragio y la nada. Pero la apostilla de Lady Brewster, particularmente a mí, me sigue cautivando.
Están muy buenas todas las publicaciones querido amigo, te felicito, y de todo lo que escribiste pues a lo que preste más atención fue a lo de Ledy Brewster.
ResponderEliminarLa verdad que al leer el artículo, me causo un poco de gracia lo del desmayo de Ledy Brewster, pero volviendo al tema y conforme a lo dicho por Nietzsche Dios ha Muerto, si mal no recuerdo el fue un Ateo, negó siempre la existencia de Dios, pero algo cierto es, que en la conciencia del hombre, por lo menos en mi, siempre está presente su existencia y su necesidad permanente aunque uno no lo pueda ver, todo radica en la Fe, esto me hace recordar a una frase bíblica, que dice “es pues la fe, la certeza de lo que se espera y la Convicción de lo que no se ve”, en suma es seguridad, firmeza de todo lo que existe obviamente de todo lo creado por Dios. Quiero que se recuerde esto, la Fe y la salvación es un don de Dios.
Dios existe, pero el hombre siempre tiende a desafiar sus leyes por el solo hecho de ser un ser racional que todo lo puede sin su ayuda, y esto es los que nos lleva siempre a dudar de muchas cosas, como es el caso de Ledy Brewster, que seguro en su mente se habrá preguntado lo mismo que mister Huxley sobre su descendencia de los monos, ¿a quién le habrá atribuido, a su mamá o su papá? Jajajajaja, pero hay algunas que ni siquiera la ciencia lo puede explicar y sobre ello puedo dar testimonio, por lo que viví últimamente con respecto a mi enfermedad, y esto me hace recordar a una frase de Albert Einstein “El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir” yo pensé que un tratamiento de quimioterapia me era suficiente para curar mi enfermedad, sin saber que esto me estaba matando, pero me aferre tanto a Dios, que con fe pude salir adelante. En mi caso, después de todo lo que he vivido, lo que a mí me interesa es vivir la vida a mi manera, esa manera tiene que ver con las leyes divinas, conforme a la voluntad de Dios , basada en el agradecimiento, en la sinceridad de comportamiento, en el trato con los demás, no mirando el desorden de la vida que llevan los otros, pero si dándole un sentido a la mía partiendo de estas leyes, es decir que mi obrar va estar fundamentada en esos principios, además quería también expresar que Dios no castiga, no es malo, creo que el hombre tiene algo de maldad en su interior, y es por eso, que hace que este mundo sea un desperdicio. Amigo , si todos haríamos las cosas partiendo de esas leyes, que lindo seria, pero en este mundo todo es un desafío, lástima que ese desafío de contradecir este volcado a las leyes del creador.
Amigo te dejo esta frase de San Agustín: “NADIE NIEGA A DIOS, SINO AQUEL A QUIEN LE CONVIENE QUE DIOS NO EXISTA”.
Te mando un abrazo amigo, espero que al hacer tu devolución no me machaques tanto, recordar que el agrado a la filosofía te la debo a vos.
Amigo Walter, "Los caminos de Dios son inescrutables a los ojos de los hombres", y si tu enfermedad te sirvió para acercarte a Él, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarEn mis solitarias siestas de juventud mucho he meditado sobre la relación entre la Fe y el saber científico (y ahora, filosófico), y de alguna manera este es el telón de fondo en este debate entre Huxley y Wilberforce, y no es sorprendente que aún hoy, en países tan desarrollados como los EEUU, este debate continúe en boga.
Entre los pensadores antiguos corría un dicho que se expresaba más o menos así "Un poco de filosofía te aleja de la religión; mucha, te acerca de nuevo" (Schopenhauer lo refiere en sus "Parerga"); ¡y es tan cierto! Solo que a los científicos de feria y a los filósofos de estrecha mente, esto les provoca urticaria.
¿Dios existe o no existe? Esta es una cuestión que ni la ciencia ni la filosofía pueden comprobar, y no lo digo yo sino que así está establecido en las páginas de la más grandiosa obra filosófica de todos los tiempos la "Crítica de la Razón pura"; y al caer fuera del ámbito del saber científico y filosófico, se encuentra en el terreno de la fe, de la creencia. Yo puedo creer o no en Dios, pero jamás podré, en esta vida, saber si existe o no.
En su encíclica "Fides et ratio", Juan Pablo II (o, si se quiere, Karol Wojtyla) dice “la fe y la razón (fides et ratio) son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”; y yo creo que ahí radica la clave de la cuestión. Para no aburrirte, transcribo algo que me salió en una de esas siestas veraniegas:
"Cuán esclarecedor al respecto es el mito de Tántalo. Se dice de él que fue un rey del Asia Menor, y que era hijo de un dios. Que con frecuencia lo invitaban los inmortales a sus banquetes, de donde Tántalo sustraía la ambrosía y la distribuía entre los hombres, a quienes además, contaba los secretos de los dioses. Como castigo por su desagradecimiento para con los dioses, Tántalo fue condenado a permanecer en el Hades sometido a hambre y sed constantes. Se encontraba este desgraciado en un estanque, cuyas aguas perdían nivel cada vez que Tántalo se agachaba a beber. En la orilla crecían frondosos árboles que colgaban sus vistosos frutos sobre la cabeza de Tántalo; pero en cuanto éste intentaba coger unas frutas, los árboles alzaban sus ramas privándolo de ellas.
Tal vez sea Tántalo la personificación del hombre, del género humano, que habiendo arrebatado a los dioses parte de su sabiduría (“sus secretos”) para contárselos a sus congéneres, y que habiendo comido la manzana del árbol del conocimiento (la ambrosía, el alimento de los dioses), es castigado por la eternidad a un padecimiento supremo.
Así se encuentra Tántalo, el ser humano, anhelando siempre alcanzar más alimento, deseando siempre más ambrosía, más frutos, más manzanas, más conocimiento; pero imposibilitado para siempre de lograr su objetivo. Así nos pasamos la vida esforzándonos en vano por alcanzar la verdad plena y absoluta, condenados eternamente a inclinarnos y a alzarnos sobre el agua y los frutos, sin poder jamás saciar nuestra hambre o nuestra sed. Seguramente, en medio de tanto sufrimiento y padecimiento, Tántalo abrigaba en su interior la secreta esperanza de la redención. Seguramente alimentaba en silencio una fe auxiliadora, un creer que algún día terminaría su penar y alcanzaría su alimento. De otra manera, no habría vuelto a inclinarse ni a alzarse afanosamente una y otra vez."
Saludos y espero continuar las charlas con vos!