La paradoja reza “Colocados dos montones de igual
cantidad de heno equidistantes a un burro, el bruto moriría de inanición; pues
al momento de tener hambre, no podría decidirse por uno o por otro de los
idénticos estímulos”.
Trasladado el ejemplo al hombre, la cuestión pasa a
ser de las más graves que se puedan plantear: ¿Es libre el hombre para actuar, o se encuentra de algún modo
determinado a obrar? Un ejemplo similar al del asno podría ayudarnos a
clarificar el tema: Si colocamos ante un hombre que tiene por igual hambre y
sed, un plato de comida y un vaso de agua, ¿cuál de sus necesidades saciará
primero? Si decimos “el hambre”, ¿por qué este y no la sed? Podríamos decir que
puede actuar indistintamente, que puede tomar tanto el vaso de agua como el
plato de comida. Bien, tiene dos posibilidades para actuar, pero cuando elige,
elige realizar una de ellas. De ahí la pregunta ¿Por qué esta y no la otra? Podríamos
responder que el hombre elige la que desea más, pero si desea las dos por
igual, como en este caso, ¿cuál elegirá primero?
Podríamos decir “elijo el vaso (o el plato) porque soy
libre y hago lo que quiero. La libertad se identificaría así con el liberum
arbitrium, el libre albedrío o la libertad para elegir. Cuando se
concede esta facultad a la razón y a la voluntad, ipso facto se responsabiliza plenamente al agente por su acción; de
otro modo, si el hombre no tuviese la libertad para elegir cómo actuar, si
estuviese obligado de alguna forma, o si estuviese determinado a realizar una
acción cualquiera, entonces no se le podría imputar responsabilidad alguna por
sus actos ni por las consecuencias de los mismos.
Schopenhauer será quien formule una pregunta clave con
respecto a este tema, que ya venía siendo debatido desde los inicios de la civilización.
Supongamos, dice Schopenhauer, que tú haces lo que quieres, pero, ¿puedes querer lo que quieres? Es
decir, ¿puedes en verdad elegir libremente qué es lo que quieres hacer? Su
respuesta será enfáticamente negativa.
Quienes defienden el libre albedrío dicen que nuestras
acciones son el fruto de una elección libre que realizamos en nuestro fuero
íntimo. Entre las posibilidades de comer o beber elijo, por ejemplo, comer.
Aunque nada ni nadie me obliga a ello. De hecho, podría, libremente, elegir lo
contrario. En franca oposición a este planteo, Schopenhauer dirá que lo que desencadena
la acción no es la absolutamente libre elección entre dos o más opciones, sino
que toda acción está determinada por
motivos. En cada persona confluyen diversos motivos, y el motivo más fuerte
es el que determina la acción.
Aquí cabe hacer una pregunta que Schopenhauer no
plantea: ¿Qué pasa cuando concurren motivos de igual intensidad que
determinarían acciones contrarias?