El nombre de esta entrada corresponde
al término filosófico con que Aristóteles identificaba a una de las virtudes
morales. Se trata de la “justa
indignación”, es decir, “el dolor
que se experimenta al ver la fortuna de alguno que no la merece”; y de
igual manera, el dolor que sentimos en nuestro corazón frente al que sufre una
desgracia inmerecida. La justa indignación está alejada de la envidia, que es
el desconsuelo ante la felicidad ajena; y a igual distancia se encuentra
alejada de la alegría malévola, que se complace en los males del otro.
Podría pensarse que esta virtud es
la que inspiró a una de las revoluciones más afamada de los últimos tiempos, y que
aún es el espíritu que anima a esa “Revolución” por antonomasia: la del
proletariado contra los burgueses. El Manifiesto
Comunista, esa proclama tan lúcida, es
un canto a la justa indignación frente a los sufrimientos inmerecidos que, como
diarias bofetadas, injurian a hombres, mujeres y niños de las clases oprimidas;
pero también es un grito de protesta frente al injusto goce desvergonzado de unos pocos acomodados.
Cuando Marx propuso la abolición de
la propiedad privada, los burgueses temieron que se instaure al mismo tiempo la comunidad de las mujeres. Algo más
tarde Freud explicaría el por qué: Si desaparece el
derecho a la propiedad privada, “aún subsistirían los privilegios derivados de las relaciones sexuales”; y estos
privilegios devendrían a la postre en fuente “de la más violenta hostilidad
entre los seres humanos.”
Dicho
esto de un modo general, pasa por una abstracción que no nos conmueve demasiado;
pero Horkheimer nos ofrece la posibilidad de ponernos en el pellejo de Leonhard
Steirer, un joven obrero que acaba de sorprender a la hermosa Johanna en los
brazos de un rival. El contendiente no es otro que el hijo del dueño de la
fábrica en la que Leonhard consume su vida. En un arrebato exigido por la
virtud, Leonhard asesina a su contrincante y rapta a Johanna mientras razona
del siguiente modo: “Si hombres como él pueden ser buenos, hombres cuyos
placeres y cultura, cuyos días se han comprado con tanta infelicidad de otros,
entonces mi acción no puede ser mala.” Y luego apremia a la joven con estas
palabras dolientes: “Johanna, si no eres
inhumanamente cruel ¡tienes que pertenecerme a mí como le perteneciste a él!”
Los melanesisos tenían por cierto que “Los ojos constituyen el asiento del deseo
sexual y de la lujuria”, según nos lo había prevenido ya Malinowski; deseo
que, como lo muestra el caso de Leonhard Steirer, no siempre puede ser
satisfecho, y acaba empujando a la justa indignación hasta sus más recónditos y
umbríos límites. Como epílogo, resuenan para nosotros las palabras de Marcuse, que
con atinada sensatez enseñan: “La belleza es, en verdad, impúdica: muestra
aquello que no puede ser mostrado públicamente, y que a la mayoría le está negado.”
"En el mundo nunca ninguna indignación
es justa. Desear de tal manera que, si la
satisfacción es negada, uno se sienta dolorido, es
aún un pecado, una cólera oculta contra Dios"
(Leibniz)
No hay comentarios:
Publicar un comentario