El amor es libre, o no es amor. El amor tiene alas; es etéreo, volátil. Cualquier tipo de restricciones que limite su libertad implica cortarle las alas al dios Eros. “Ama y haz lo que quieras”, es la exhortación clara e inequívoca con la que Agustín nos aguijonea en su ya famosísima Homilía VII.
El vuelo de Eros es más que nada un revoloteo errático, inconstante, que ora lo hace posar en un sitio, ora lo lleva a otro, sin derroteros claros ni premeditados. Es por eso que estamos de acuerdo en darle todo nuestro crédito a la sentencia nietzscheana que nos previene así: “Pueden prometerse acciones, pero no sentimientos, porque éstos son involuntarios. Quien promete a otro amarlo siempre u odiarlo siempre o serle siempre fiel, promete algo que no está en sus manos poder cumplir…”
Azarosas son también las trayectorias que siguen las saetas caprichosas del dios. “Solo se ama lo que no se tiene”, según el discurrir de Sócrates en El Banquete, ya que justamente el amor es una tensión constante hacia aquello que no se posee y se siente como una necesidad; el amor es la búsqueda de aquello que carecemos. Así resulta posible explicar el deseo que experimenta el amante, de poseer constantemente y con exclusividad al ser amado, y que hace lamentar a Werther del siguiente modo: “¡Ah, este vacío! ¡Este horrible vacío que siento aquí en mi pecho!... A menudo pienso: si tan solo pudiera estrecharla contra mi pecho, tan solo una vez, todo este vacío se colmaría.”
Y no otra cosa es el matrimonio, sino una institución legal que intenta (desatando la burlona risa de los dioses), asegurar el monopolio del goce en la posesión del otro; sin considerar, muchas veces, la precariedad de ese deseo, que muere irremediablemente, como todo deseo, con su satisfacción (inmediatamente, o a la postre).
Es que no debemos soslayar que Eros, además de alado, es un dios niño. La representación del Amor como un infante nos habla de su fugacidad. “El amor muere joven” dice Roberto de las Carreras, y Vinicius de Moraes reafirma la idea con sentencioso laconismo: “El amor es eterno mientras dura”. Por eso, muchas veces sucede lo que con el desventurado joven Werther: para que no muera el amor, se prefiere la muerte del que ama, en el momento más apasionado de su Sturm und Drang, como sacrificio supremo al hijo de la Citerea.
Para ti pues, joven amigo, porque tus vicisitudes son las nuestras, estas breves palabras.