De labios de mi madre creo haber escuchado cuando niño unos versos, mientras
caminábamos en un invierno plomizo entre la Plaza Libertad y “Casa Rosa”; y
desde entonces encendieron en mí una acongojante inquietud misteriosa. Los versos
formaban parte de un poema llamado Un
pensamiento en tres estrofas, y decían así:
“La vida no es la vida que vivimos.
La vida es el honor y es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven
y hombres que viven en el mundo muertos.”
La vida es el honor y es el recuerdo.
Por eso hay muertos que en el mundo viven
y hombres que viven en el mundo muertos.”
Desde entonces me he preguntado si en verdad la vida no
es ésta en que vivimos, sino “el honor y el recuerdo”; y siempre me pareció
tarea imposible negar esa apreciación. Creo que se vive día a día, de a
poquito; de la misma manera en que se muere, día a día, de a poquito. Cada acto
nuestro lleva inscripto en sí una parte de nuestra decisión de vivir o morir. A
veces se muere uno para vivir, y otras veces elige uno vivir, pero en ese
instante muere para siempre.
La vida que importa no es la biológica, la de respirar,
la de comer; la que importa es la vida que se prepara para el futuro, la que se
construye con lo que hacemos y con lo que pensamos. Y así, si dejamos de
existir, podemos seguir viviendo (muchas veces ahí se comienza a vivir
realmente). Dependemos de los otros para vivir, si ellos nos recuerdan,
entonces vivimos. Si hay aprecio, si hay amor, si hay orgullo, habrá memoria,
habrá nostalgia, habrá alegría; y en ese amor, en ese orgullo, en esa nostalgia
y en esa alegría, uno sigue vivo. Junto a mi recuerdo viviré yo.
¿Qué es vivir? ¿Qué es morir? No lo sé. Pero sí sé que cuando
el mundo olvide que alguna vez existí, mi nombre, mi recuerdo, mis pasos, yo,
todo, desaparecerá para siempre. Moriré. Cuando nadie pueda decir que estoy
muerto, entonces lo estaré.
El universo y la vida se
agotan, mientras yo me preocupo, pienso, quiero desear, quiero hacer, y me quedo callado. No
me atrevo a moverme, no me atrevo a decir qué tanto la amo. Siento la nada en
mi alma, el hueco en mi cama, y la voz que se calla.
Soy lo que dicen, soy
lo que creen, soy quien era y he dejado de ser. Soy la memoria de quien me ama,
un recuerdo, un enigma, la marcha inexorable del tiempo, mis ojos tienen luz
que no se apaga. El fuego es eterno mientras dura la llama que danza en la
noche anunciando el alba; luego el sol se levanta y muestra entonces la
desolación de mi alma.
¿Quién creerá en mis palabras?
Delirios de noches, visiones enmarañadas. Sueño cumplido, vida cerrada, un
abrazo en la plaza, una caricia justo a tiempo, una palabra, un rezo, una
tierna mirada, una sonrisa, un te quiero, una tumba tapiada, canciones de a
dos, besos que matan, manos unidas, y otra vez la desesperanza.
¿Quién sabe qué recuerdos, qué palabras, qué rostros, qué nombres
estarán conmigo cuando me vaya? Muy adentro soy otro, sigo siendo ese otro, el
de antes, el que te ama, el que busca, el que no entiende, el que las estrellas
señalan.
¿Quién puede decir qué
es lo que existe?, ¿quién ha vivido el mañana?, ¿quién se acordará de la
tristeza de mis ojos en los días nublados?, ¿quién deseará refugiarse en mi
pecho de mis brazos rodeada?, ¿quién creerá en mis sueños?, ¿quién se despertará en las noches con su mirada en mi cara?, ¿quién
llevará a su lecho de muerte mi nombre, enamorada?